Kantuketan : el canto en el País Vasco

Textos escritos en 2006 por la periodista y traductora Kattalin Totorika para cada disco "Kantuketan" Ocora Radio France.

La historia del canto vasco es, al igual que esa antigua fuente – tan querida del poeta vasco contemporáneo Josean Artze – cuya agua parece regenerarse desde siempre y por siempre, es también incesante repetición. Repetición de palabras, de melodías que, gracias al milagro de la voz y de la memoria humanas, han atravesado los siglos y llegado hasta nosotros. Repetición de gestos del canto que se transmiten, se transforman, para perpetuarse mejor y poderse compartir, aún hoy.

La cantante Maddi Oihenart © Loraldia Festibala (2022)
La cantante Maddi Oihenart © Loraldia Festibala (2022)

Sin duda es así, según lo escribe el etnólogo Denis Laborde "una cultura común adquiere forma, como una lengua compartida vive y se inventa y como, a lo largo del tiempo, se construyen razones para estar juntos, y querer seguir estándolo". Ya que el canto vasco no es sólo el reflejo de la vida de los hombres, de sus vicisitudes y de sus glorias, de sus paisajes y de sus costumbres.

Es un lazo social, es el testigo de la Historia y de las historias de una comunidad, que sabe mofarse de sus defectos y alabar a sus héroes, que se lleva en brazos tanto sus esperanzas como sus sufrimientos. Ni más ni menos que otros lazos quizás, pero con una particularidad sin embargo : la lengua, el euskera, cuya historia y la del canto son indisociables, desde los tiempos más remotos.

Esta lengua, una de las más antiguas de Europa, anterior a las lenguas indoeuropeas, ha modelado el canto popular y si ha perdurado, ha sido una vez más, gracias a la repetición : de palabras, de frases, de sonoridades, justamente vehiculadas por el canto. El hecho de que durante mucho tiempo fuera una lengua oral exclusivamente, el primer escrito en lengua vasca data del siglo XVI, aporta seguramente al canto vasco, como lo sugiere el musicólogo José Antonio Arana Martija, un suplemento de musicalidad. Pero esta tradición de oralidad, singular dentro de una civilización de lo escrito, no ha facilitado para nada el trabajo de aquellos que, historiadores o investigadores, han deseado estudiar la historia del canto vasco. El milagro ha llegado de la mano de algunos "letrados curiosos e intrépidos", que desde el siglo XIX, se aventuran por la vía de la colecta y van a ofrecer a dichos cantos una nueva vida a través de los primeros libros de canciones populares.

A partir de ahí, como lo escribe Denis Laborde, "se escribe para conservar la palabra". Y es verdad que el canto vasco, contra viento y marea, ha sabido guardar, preservar, regenerar esa palabra tan singular y universal a la vez, declinada hoy en todos los tonos, en todos los ritmos, capaz de todo tipo de audacia creativa. Palabra repetida sin cesar y siempre nueva, llevada en la voz, llevada en el aliento, por bardos, trovadores y poetas de hoy. Probablemente diferentes de los que les precedieron, pero, sin embargo, cuan parecidos.

 

UN VIAJE POR LA HISTORIA DEL CANTO VASCO

"En lugar del sentimentalismo tenso y un poco teatral de los latinos, y del atormentado desespero de las canciones populares balcánicas, anima las canciones vascas un espíritu de melancolía tranquila y contemplativa, serena y objetiva, como el mismo País Vasco."

Rodney Gallop, investigador británico

 

Quizás todo comenzara con un hueso de buitre, con tres agujeros, hace unos 20 000 años antes de nuestra era. Esa flauta prehistórica, descubierta en 1961 por el arqueólogo Eugène Passemard, en las grutas de Isturitz (provincia de Baja Navarra), es el instrumento de música más antiguo encontrado en Europa. Su forma y la disposición de sus orificios nos permitirían convertirlo en el antepasado del actual chistú (flauta de tres orificios) y de su variante suletina, la xirula. Otro descubrimiento muestra también la existencia de una cultura musical vasca muy antigua : en 1960, el etnólogo José Miguel de Barandiaran saca a la luz, durante unas excavaciones en la gruta de Atxeta, a pocos kilómetros de Guernica (provincia de Vizcaya), un cuerno de ciervo con tres puntas. Se trata de un cuerno capaz de producir hasta cuatro sonidos diferentes. Dicho instrumento, actualmente expuesto en el Museo arqueológico de Bilbao, podría remontar a hace unos 8 000 años. Seguramente la práctica de la música por pueblos "protovascos", cuya continuidad con los Vascos actuales se ha confirmado, se vio acompañada de una tradición vocal autóctona.

Pero a falta de documentos o de pruebas tangibles, las certitudes deben dejar sitio a las hipótesis y a las interrogaciones. Habrá que esperar al principio del Imperio romano para recoger el testimonio escrito del geógrafo griego Strabon quien describe a los Vascones "bailando al son de la flauta y guiando la danza con una trompeta". Una descripción que el antropólogo Julio Caro Baroja relacionará, en el siglo XX, con la "danza báquica" (edate dantza) conocida todavía hoy en el País Vasco.

La existencia de una música vasca en aquella época parece pues indiscutible, confirmada un poco más tarde por dos hijos de Kalagorri-Calahorra (en esa época ciudad vasca de la provincia de La Rioja), Marcius Fabius Quintalanius y Aurelius Prudencius quienes nos libran un precioso testimonio sobre la música de su época, evocando especialmente el canto polifónico a dos o tres voces practicado en su lugar de origen. Después, y a pesar de la probable influencia griega, celta y romana, la música vasca no sufrirá cambios radicales, hasta el periodo medieval.

CANTO GREGORIANO Y CANTO POLIFÓNICO

Durante la Edad Media, con la propagación del cristianismo, la música del País Vasco se va a ver profundamente influenciada por la introducción de una forma de canto monódico, compuesto esencialmente en los monasterios : el canto gregoriano. Reticentes en un principio ante esta nueva manera de abordar el canto, los vascos aceptarán poco a poco su estructura, apropiándose las melodías.

Testigos de esta adaptación, numerosos libros de cantos que datan de los siglos XI y XII, algunos de los cuales presentan una escritura musical en una sóla línea (notación anterior a la de cuatro líneas horizontales introducida a mediados del siglo XI por el padre benedictino italiano Guido de Arezzo). De esta manera, la música gregoriana modifica progresivamente las gamas utilizadas en la tradición de la música popular vasca, sin por ello llegar a imponerle su canto melismático (varias notas de música para una sílaba de texto). El canto popular vasco permanecerá silábico (cada sílaba cantada va unida a una sóla nota musical).

A partir del siglo XV, como consecuencia de la de la laicización de la música de iglesia, el canto polifónico, llevado a las plazas por los trovadores, conocerá una verdadera edad de oro. A principios del siglo XIV, existe ya en Navarra una escuela de polifonía y José de Anchorena, maestro de los pequeños cantores de Pamplona en 1436, compone ya música polifónica diferenciando las voces de los instrumentos. Otros dos compositores se encuentran en el centro de este auge de la música polifónica : Joanes de Antxieta, nacido en 1463 en Azpeitia (Guipúzcoa), quien ocupará las funciones de cantor y músico capellán en la corte de Fernando e Isabel de Castilla y Gonzalo Martinez de Bizkargi, nacido en 1460 en Azcoitia (Guipúzcoa), sin duda el primer músico vasco de renombre europeo por su trabajo de teorización del canto. Los primeros hitos de la llamada música "culta" quedan colocados. Música que seguirá su propio camino independientemente de los de la música y del canto populares.

EL CANTO POPULAR

Si la canción representa, sin duda alguna desde tiempos muy antiguos, uno de los elementos esenciales de la poesía popular vasca, la ausencia de archivos escritos ha privado, durante muchos años, a los investigadores, de un corpus que les permitiera ser conscientes de la verdadera medida.

Aunque pensemos que en el periodo medieval la canción popular ya era rica, según Jean-Baptiste Orpustan, autor de un Compendio de historia y literatura vasca, "casi todo lo anterior al siglo XIII se ha perdido al filo de las generaciones". Sólo han llegado hasta nosotros "los fragmentos de una literatura casi cotidiana nacida de la improvisación oral". Y habrá que esperar hasta el siglo XIX y la efervescencia intelectual del periodo de las "Luces vascas" para que algunos audaciosos letrados se interesen a esa tradición popular.

El primero de ellos será Juan Ignacio de Iztueta, autor en 1826 de uno de los primeros libros de cantos con notación musical editado en Europa. Dicho por el propio autor, esa obra, titulada Euscaldun Anciña Anciñaco, y realizada en colaboración con el músico Pedro de Albeniz, "no debe considerarse como un objeto de ocio, sino como un verdadero monumento nacional". Marca el principio de una dinámica que no dejará de crecer a lo largo del siglo. En efecto, el País Vasco no escapa a ese entusiasmo que se manifiesta en toda Europa en favor de las tradiciones populares. Es la época en la que Antoine d’Abbadie, futuro presidente de la Academia de las Ciencias, inaugura en el País Vasco Norte sus "Fiestas vascas", una especie de juegos florales que contribuyen a una mayor valoración del canto vasco.

Seguirán los cancioneros y los trabajos de Agustín Xaho, Francisque Michel, Mme de la Villehelio, Pascal Lamazou, J. D. J. Sallaberry, José Manterola, Charles Bordes o también Bartolomé de Ercilla, todos ellos pioneros en la construcción de un dominio específico que contribuyen a crear : el de la canción "popular" o "tradicional". En 1912, un concurso organizado por las diputaciones de las provincias de Alava, Vizcaya y Guipúzcoa, en el que se quería recompensar al autor del mejor libro de canciones populares vascas, será la ocasión para que dos eminentes musicólogos vascos constituyan una obra monumental y determinante para el porvenir del canto. Resurreccion Maria de Azkue (1864-1951) se lleva el premio y publica algunos años después su Chansonnier populaire basque (Cancionero Popular Vasco), colección de un millar de melodías con su transcripción en solfeo, comentarios y análisis, texto integral y variantes, y traducción de todo ello en castellano. El padre José Antonio de Donostia (1886-1956) termina, por su parte segundo en el concurso, y publica en 1921 una obra con cerca de 400 melodías titulada Euskal eres sorta. En adelante, consagrará toda su vida a ese trabajo de colecta. Esas dos obras constituirán por fin el corpus que faltaba en el País Vasco, permitirán descubrir los tesoros de la literatura oral vasca, tesoros que forman parte aún del repertorio popular actual.

"El vasco canta y canta siempre y en cualquier parte : en casa, en la iglesia, en la calle, en el campo. Alegre o triste, siempre canta, tanto cuando encorvado, siega los helechos qui caen bien peinados, como cuando en el lagar hace brotar la sidra de las manzanas prensadas".

Padre Donostia, musicólogo

 

Numerosos son los aspectos de la vida comunitaria evocados a través de las canciones tradicionales vascas. Las más antiguas de ellas serían las canciones de colecta, unidas frecuentemente a momentos importantes del año (Navidad, Año Nuevo, Santa Agata, Carnaval, San Juan). Algunos canciones de gesta, relatando grandes hechos históricos, han llegado fragmentados hasta los libros de cantos : es el caso de Chant de Beotibar, que cuenta, con un estilo próximo al del género épico, uno de los episodios sanglantes de las guerras medievales en el País Vasco, el combate de Beotibar entre Guipuzcoanos y Navarros en 1321.

Pero entre esos cantos medievales que milagrosamente atravesaron los siglos, la Chanson de Berterretxe (Berterretxen khantoria), endecha suletina del siglo XV, es indudablemente una de las mejores conservadas, y de las más emotivas. Con una querella entre los Beaumont y los Gramont como telón de fondo, narra el asesinato de Berterretxe, un joven de Larrau, muerto por orden del conde de Beaumont. Fue publicada por primera vez por J.D. J. Sallaberry, en su cancionero, en 1870.

Al parecer son más tardías la mayor parte de las canciones de amor que aportan un material importante al repertorio. El uso de la metáfora es constante – los símbolos más frecuentes son el pájaro, la estrella o la flor – y como lo subraya Jon Bagües, director del centro de archivos vascos de música de Rentería (Guipúzcoa), "el testimonio personal y el desahogo sentimental se mezclan amenudo con consideraciones dirigidas a la colectividad". El tono caústico y la burla no son ajenos a la poesía popular y las canciones satíricas nos muestran con abundancia, y en cualquier época, hechos diversos y desgracias cotidianas, siempre que no se burlen de quienes, en principio, representan el orden y la disciplina.

Numerosos son también los cantos de exilio, surgidos de los vastos movimientos de emigración hacia el continente americano que van a trastornar, en el siglo XIX y principios del XX, al conjunto de la sociedad vasca. Obligados en su mayoría a un exilio económico o político, los Vascos se llevan con ellos la nostalgia de su tierra y lo expresan a través de esos cantos. Por su parte el cántico religioso, ocupa un lugar muy especial en ese patrimonio oral. La transmisión se operó durante mucho tiempo de boca a boca a lo largo de las ceremonias litúrgicas pues, como lo precisa José Antonio Arana Martija, "el Vasco analfabeto era capaz de conocer numerosos cuplés de canciones y de cánticos, y también sabía de memoria los cánticos en latín de las misas y vísperas".

Cancioneros como el de Joannes Etcheberri, Kantica izpiritualac (1630), muestran también una práctica paralitúrgica antigua en lengua vernácula. Y durante el siglo XX, los mismos religiosos van a afirmar su voluntad de edificar una liturgia en lengua vasca, cuya piedra angular será el canto.

Evidentemente este florilegio no sería completo sin añadir las canciones de cuna, canciones infantiles, canciones fúnebres, canciones del mar, canciones báquicas o para bailar, ellas también han atravesado el tiempo y continuan, algunas de ellas, el enriquecimiento del repertorio actual. Respecto a la canción llamada política (hasta entonces calificada de histórica), se afirmará a partir del siglo XIX – periodo de emergencia de nacionalismos en toda Europa – especialmente con ese personaje entrado en la Historia como el más grande de los "bardos" vascos, Jose Maria Iparragirre, autor del canto Gernikako arbola (el árbol de Guernica) considerado hoy como el himno vasco. Un canto universalista qui evoca el símbolo de libertad que representaba el roble de Guernica, bajo el que los reyes, desde la Edad Media, juraban el respeto a las libertades populares. Después de Iparragirre, el canto político será ante todo esa flor de la rebelión que se abrirá con las tragedias y dramas del siglo XX.

El nacimiento del nacionalismo vasco se acompaña, a principios del siglo XX, de una toma de conciencia de lo que podría ser la identidad vasca. En el País Vasco sur, los poetas como Lizardi, Lauaxeta y Orixe aportan un aliento nuevo a la literatura en euskera, mientras que en el norte, la figura de Jules Moulier "Oxobi" se ampara de la lengua vasca para ofrecerle el brillo y la frescura de una poesía renovada. Sus escritos, un día u otro, se convertirán en canciones, hasta tal punto es verdad en este país que toda poesía popular se canta.

En 1936, el golpe de estado franquista y la guerra que le sigue en España cristalizan el sentimiento nacionalista. La represión feroz no perdona en absoluto a los poetas : como Federico García Lorca en 1936 en Granada, Lauaxeta y Aitzol, de la revista Yakintza, serán ejecutados en 1937 en el País Vasco. De la resistencia de los combatientes vascos nos queda un canto de lucha, Eusko Gudariak (los combatientes vascos), cantado aún en nuestros días. La segunda guerra mundial y el establecimiento de la dictadura franquista van a frenar, momentáneamente el despertar de la cultura vasca. Pero en los años 60, el País Vasco va a conocer, como el resto de Europa, una verdadera efervescencia social y cultural.

LA NUEVA CANCIÓN VASCA

Se puede considerar al sacerdote guipuzcoano, Nemesio Etxaniz (1899-1982), según el historiador e investigador Xabier Itzaina, como "el verdadero precursor de la nueva canción vasca o canción comprometida". Después de él, Mixel Labéguerie (1921-1980), hombre político y artista, se afirmará como el hombre de la transición. Sus textos innovan por el carácter de su mensaje político y social, ofreciendo una verdadera visión de identidad del País Vasco. Sus composiciones sorprenden por su riqueza melódica y su frescura. Y nadie antes que él, en el País Vasco, se acompañó de una guitarra, introduciendo incluso el ritmo llamado zortziko (en 5/8) en sus canciones. Su canto Gu gira Euzkadiko gazteri berria (Nosotros somos la nueva juventud del País Vasco) se convertirá rapidamente en el símbolo de toda una generación de jóvenes aberzales (patriotas vascos). Sin dudarlo, Mixel Labéguerie ha abierto una vía, seguida poco después, en el País Vasco norte, por nuevos autores-intérpretes, influenciados por la canción protestataria internacional y en especial por la canción comprometida francesa : Manex Pagola, Peio Ospital y Pantxoa Carrère, Beñat Sarasola o también Eñaut Etxamendi y Eñaut Larralde. "Todos ellos vuelven a tomar el legado de Labèguerie, pero añadiéndole una dimensión social a la afirmación patriótica", precisa Xabier Itzaina.

En el sur, donde la dictadura franquista prohibió cualquier forma de expresión política, y más aún en vasco, aparece una nueva escena artística e identitaria, especialmente con la experiencia del colectivo Ez Dok Amairu (1965-1972) que reúne a artistas célebres hoy, como Benito Lertxundi, Xabier Lete, Lurdes Iriondo, Mikel Laboa, Jose Angel Irigarai, el escultor Jorge Oteiza o también Jesus y Josean Artze.

En los años 70, los kantaldi (conciertos dados por artistas vascos) reúnen a un público cada vez más numeroso. Las salas, al rojo vivo, entonan con fervor los estribillos que reivindican el deseo de soberanía, la amnistía para los presos políticos o la libertad de expresarse en euskera. Telesforo de Monzón, hombre político y poeta, autor de numerosas canciones interpretadas especialmente por el duo Peio y Pantxoa, simboliza el lazo de unión que durante ese periodo unirá a los vascos de un lado y otro de los Pireneos.

Después de la muerte de Franco, en 1975, la lengua vasca sale poco a poco de la clandestinidad y la canción traduce la esperanza y las aspiraciones de la sociedad vasca. El 17 de junio de 1978, 40 000 personas ocupan el estadio San Mamés en Bilbao para el concierto de clotura de la campaña Bai Euskarari (Sí a la lengua vasca), en apoyo de la Academia de la lengua vasca. Todos los representantes de la nueva canción vasca están presentes en ese acto cuya dimensión única marcará a la vez el apogeo y el principio de la decadencia del movimiento surgido alrededor del fenómeno kantaldi. Pronto se verán sustituidos por otros artistas que integrarán, a su vez, las corrientes musicales de su tiempo.

EL ROCK VASCO

Tienen veinte años en los años 70. Uno nació en Aussurucq, en Soule, y creció en París. El otro vio la luz a orillas del río Nive en Ustaritz, y no ha salido de su País Vasco natal. Ambos han escuchado a Elvis Presley, los Beatles, los Rolling Stones y Bob Dylan, y van a producir un verdadero "choque cultural" al decidir hacer música rock en vasco, en el País Vasco.

Niko Etxart – con el grupo Minxoriak – y Anje Duhalde – que junto con el guitarrista Mixel Ducau funda el grupo Errobi – son sin lugar a dudas los precursores de ese fenómeno que se convertiá después, en un auténtico género musical : el rock vasco. Si continúan hoy su carrera de artistas en solitario, arrastraron tras ellos, siguiendo sus huellas, a músicos como los del grupo Itoiz, que marcaron la canción vasca de los años 80 con el sello "rock sinfónico", y a una nueva generación que, con los grupos Kortatu, Hertzainak, Negu Gorriak o también Su Ta Gar, van a dar al rock una tonalidad de rebelión urbana y radical, cuyo eco se deja escuchar hasta nuestros días.

El rock vasco se declina a partir de entonces hasta el infinito yendo por todos los lugares posibles, al encuentro de su público, especialmente con ocasión del festival Euskal Herria Zuzenean (País Vasco live) que desde 1996, reúne cada año en el País Vasco interior a miles de personas alrededor de numerosos artistas de la escena vasca y de fuera.

LOS AÑOS 2000

"Un pueblo vivo es un pueblo que canta", declaraba en 1922 el Padre Donostia. Cierto es que no se canta hoy en el País Vasco como se cantaba ayer. Las voces son más discretas en las iglesias y los bares, en las plazas y en el campo. Voces que se escuchan aún en las fiestas, las comidas, o las corales, cuyo éxito en este país no se ha desmentido nunca. El repertorio popular sigue estando presente y vivo. Pertenece a todos y a cada uno.

Los que trabajan en la cultura hoy en el País Vasco lo han comprendido bien : desde hace años las asociaciones cumplen un trabajo remarcable con los niños, en las corales, en las escuelas de improvisación, o también organizando concursos de canto a escala del País Vasco completo.

El programa Kantuketan, iniciado por el Instituto Cultural Vasco, ha permitido a un amplio público el redescubrimiento del canto vasco en su dimensión histórica, social, literaria, pedagógica, y en consecuencia su gusto por el canto. Así pues, los artistas juegan un papel determinante. Ofreciendo versiones de esos cantos renovadas continuamente, reinventando el repertorio con sonoridades nuevas, gritando su rebeldía con palabras y sonidos de hoy, exploran todas las vías que se ofrecen a la creación.

"Se debe suponer que la práctica de la improvisación cantada fue de siempre, en tierra vasca también, la expresión literaria social por excelencia".

Jean-Baptiste Orpustan, Compendio de historia literaria vasca

 

En todas las culturas, el fenómeno de la improvisación fascina y provoca admiración. Cuando la improvisación, como es el caso en el País Vasco, es cantada, versificada y con rima, se convierte en arte, literatura, toma aires de juego, de reto, y exige a los que la practican cualidades fuera de lo común. El canto de los poetas improvisadores vascos siempre ha maravillado al público, público que ha sabido conservar algunas estrofas en su memoria, permitiéndoles así perdurar a lo largo de los siglos. Algunos se han convertido en clásicos del canto vasco. En ese sentido, se considera a menudo la improvisación cantada y versificada como la "madre" del canto en el País Vasco.

UNA HISTORIA DESCONOCIDA

Disponiendo de pocos datos sobre su historia antes del siglo XIX, es difícil dar una fecha de origen : algunos investigadores la remontan a la época del Imperio árabe (siglo IX), otros dejan caer que desde el siglo XVI, se practicaba en el País Vasco una cierta forma de improvisación.

Si esta antiquísima tradición existía igualmente en otras regiones del mundo, el fenómeno alcanzó, en el País Vasco, una amplitud muy especial en tabernas, sidrerías, y en todo lugar de encuentro y de buena convivencia. Pues como lo ha escrito Antonio Zavala, autor de trabajos sobre ese fenómeno, el bersolarismo "nace ante todo de un ambiente ".

LA FIGURA DEL BERTSOLARI

Gente sencilla, la gran mayoría de los improvisadores del siglo XVIII, XIX e incluso de principios del XX no sabían ni leer ni escribir. Originarios, en su gran mayoría, de familias de pastores y campesinos, tomaban muy a menudo como seudónimo el nombre de su casa natal : Fernando Aire llamado "Xalbador" dice que tenía ese seudónimo de su casa natal, Xalbadorrenea, en Urepel (Baja Navarra) y Francisco Petriarena llamado "Xenpelar" de la casa Xenpelarre en Renteria (Guipúzcoa). Además, todos siguen ejerciendo sus oficios al mismo tiempo que animan fiestas patronales y banquetes, partidas de pelota y mercados : "el bertsolari tira de la carreta o de garlopa ; hijo de su tierra, pegado a la naturaleza. Esa es su originalidad profunda, auténtica, y por eso el público se reconoce en él y simpatiza con su obra".

Su amor por la vida ha suscitado a veces el desprecio de sus contemporáneos, y su libertad de palabra ha podido acarrearles el estar prohibidos o encarcelados. Animados y temidos, estos "atletas del verbo" han sido siempre figuras ineludibles de la sociedad vasca.

UNA TÉCNICA AL SERVICIO DE LA POESÍA

El improvisador concibe su obra cantando. En algunos segundos, necesita : elegir la melodía que inducirá el ritmo del verso, respetar la medida de ese verso, encontrar las rimas apropiadas, y elaborar el contenido de su mensaje. Con la particularidad además de que debe componer sus versos remontando del final hacia el principio, siendo el último verso de la estrofa la "columna vertebral" del poema cantado. Capacidad asombrosa donde la haya. "Lo cual supone, según Daniel Landart, cualidades de audacia, confianza en sí, presencia de ánimo, una rápida imaginación y de elocución, una memoria sin fallos, sin olvidar el dominio de la lengua y conocer el repertorio antiguo".

Cualidades todas ellas que hacen de esos poetas de lo inmediato, mujeres y hombres admirados pero humildes, hombres y mujeres sabios que prefieren "ser" a "parecer importantes".

UN ARTE DE SU ÉPOCA

Este arte tradicional y popular demuestra hoy que ha sabido adaptarse a la evolución de la sociedad, a pesar del difícil cambio de un modo de vida rural – fuente casi-exclusiva de esta disciplina durante mucho tiempo – a una sociedad industrial y urbana.

Hoy, la improvisación se apropia poco a poco de los espacios de comunicación que ofrecen los medios de comunicación de masas, se abre cada vez más a las mujeres, y entra en las escuelas para asegurar la transmisión.

Un campeonato a nivel del País Vasco ha aparecido en 1935, los torneos se han multiplicado, y se han creado escuelas de improvisadores para enseñar las técnicas de esta disciplina y comunicar a los niños el placer de la versificación cantada. Siguiendo así las huellas de sus célebres antepasados, las jóvenes generaciones han elevado además la disciplina a un alto nivel de calidad artística, y encuentran actualmente un éxito que crece ante un público igualmente joven. Todos dan aliento y vida a este arte de lo inmediato que fluye sin embargo desde hace siglos.Y que fluirá mientras viva su fuente, el euskera.