Philippe Etchegoyhen

Philippe Etchegoyhen

Philippe Etchegoyhen nos habla sobre Zuberoa

  • EKE - Xan Aire
  • 2011-07-12
  • Idioma Euskera

Philippe Etchegoyhen (1940, Idauze, Zuberoa) ha viajado por escuelas de todo el mundo como director y profesor. Nunca se ha olvidado de Zuberoa y publicá todos sus recuerdos en dos libros (el primer en 2011). Además de hablar sobre sus libros, nos ha propuesto un viaje especial por los sitios donde creció.

Xan Aire: ¿Cómo era Idauze en tu juventud?

Philippe Etchegoyen : Yo era el guardián de la casa. Llegué a Idauze procedente de Onizegain cuando tenía cuatro años. Aunque era el pequeño de ocho hermanos siempre había cosas que hacer en casa. Jugábamos a pelota, con los burros, etc. Teníamos a un profesor genial pero el cura del pueblo en cambio era muy malo, por eso me hice profesor. La gente vivía unida, quizá obligados para poder trabajar juntos. Eso creaba un ambiente diferente, siempre se cruzaba alguien: a veces con un par de vacas. La gente solía pasar el rato hablando o sino en casa. Había tres generaciones, y con eso la gente sufría mucho. Las muchachas jóvenes porque las mayores eran malas, o las mayores porque las amas de casa que se creían buenas no lo eran tanto. Al comienzo ya he dicho que era el guardián de la casa, era el hijo. Eso era lo que importaba en aquella época en Idauze y en Zuberoa. Había cinco categorías, los señores, los hombres de casa, los guardianes, los trabajadores y los gitanos. Cada uno sabía donde estaba, sobre todo a la hora de casarse. Se casaban con gente de la misma categoría. Una vez un padre mandó a su hijo a America porque este quería casarse con una chica que no le correspondía. Nunca se casaban por amor, sino por interés! Las fronteras no se veían de fuera pero existían. Hasta 1965 nunca había entrado un guardián en el consejo de la Casa del Pueblo de Idauze! En el bar del pueblo tampoco andaba nunca ningún señor, no todos eran ricos. Pero era la nobleza de aquella época y tenían que cuidar las apariencias. Los hijos de algunos no jugaban en la calle con el resto de niños.

¿y los gitanos?

Ph. E.: Vivían junto al río. Pescaban los peces con las manos y luego las vendían. La gente les compraba y podían vivir de eso. Una vez un hostelero de Maule se quejó a un gitano porque vendía los peces muy caros. Y este le contesto: ay pobre, con esa pinta..., eran muy vivos para responder. Estaban muy integrados, solían estar en los bares. Hablaban euskera y algunos incluso zuberotar. Tenían motes y a veces les llamabamos de su nombre. Ser gitano también era una forma de vida. Ahí estaban hace 500 años. Entre ellos hablabán en el idioma rom, que desapareció hace diez años.

Tuviste que abandonar tu querida Zuberoa...

Ph. E.: Sin duda alguna. Acudí a la escuela en Chateauroux, la universidad en Poitiers, para terminar con una pequeña formación de profesor de matemática. Cuando era joven también estuve en Argel, conociendo las duras batallas de allí, estábamos comprometidos. Hoy en día todas las profesiones las tienes con -tica, como informática, por ejemplo. En nuestra época era -ismo, maoísmo, anti colonialismo, etc. Queríamos ver lo que significaba esa ideología. Fue una aventura dura, fuimos en auto stop. Más tarde con el trabajo también he viajado mucho. En 1969 tuve un puesto de trabajo en Tahití, estábamos bien allí: sin carreteras, sin televisión, etc. Mirando a los peces. Pero solo se podía estar seis años. Después, me moví con la fundación Mission Laique como director y profesor: Kenia, Palma, Iran, Zaragoza, Pas-de-Calais, cercanías de París, Suiza, San Sebastián, Bolivia y al final aquí, en Idauze, jubilado.

¿No lo echabas de menos?

Ph. E.: Siempre, por eso volvía de vacaciones. Hasta en el paraíso de Tahití lo echaba de menos. Aún así allí estábamos en un pueblo pequeño de pescadores. Les gusta cantar, los bares, las fiestas... como en Zuberoa!. Decían que no sabían hablar francés pero bebían un poco y hablaban perfectamente. Les decía que eran como mi padre, aquel también hacía lo mismo que ellos. Dejamos Tahití llorando. El haber estado lejos de Zuberoa también tiene su lado bueno. Llegar a Idauze y emprender un nuevo viaje era algo especial. En todos los sitios que hemos estado hemos sido felices.

¿Podrías describirnos algunos lugares de Zuberoa?

Ph. E.: Uf! Yo soy muy mal guía. Primero presentaría a Zuberoa en su totalidad, ya que la gente no sabe que nuestra provincia está dividida en tres partes. Tienes la parte montañosa, Basabürüa, Santa Grazi, Larraine y las cercanías de Irati con su selva de robles y con espacios más oscuros como Kakueta y Oltzarte. Tienes montes como Barkoxe, Eskiula, Biarnora, etc. por último lo que nosotros llamamos Pettarra, que tiene gran unidad con baja Navarra. Sobre todo la selva de Arbaila, que está ahí en la mitad. Todos han aportado algo a los demás y entre todos han formado lo que es Zuberoa. Los guardianes que he comentado antes tuvieron un importante rol en ese sentido. Andaban de un lado para otro, uniendo Zuberoa. Pero querría mencionar Santa Grazi, porque es un mundo. Ya solo geográficamente está aparte. Luego tienen un euskera diferente, muy hermoso y especial. Algunas formas solo se hablan ahí. Algunos, como Etxahun Iruri decían que es la octava provincia de Euskal Herria. En una época vivían allí más de 1.100 habitantes.

¿En qué montes has andado? Eso sí que nos podrás describir perfectamente.

Ph. E.: Sí, eso sí! Sin duda alguna es algo que me ha marcado. Era domingo, en 1950 en agosto. Fue el día en el que estuve por primera vez en el monte. Esa mañana me desperté temprano y estuve toda la semana con mi hermano, fuimos a fiestas de Ahuzki, un lugar donde podías aprender de todo. Luego, hay una pequeña leyenda acerca del agua. Los viejos y los jóvenes solían estar juntos. El que llegaba con el agua de la fuente tenía que decir benedicamus, y el resto domine. Era una costumbre pero un joven no sabía nada de eso. Llegó desde la fuente y al no decir nada los viejos le dijeron que esa agua estaba contaminada. Le mandaron de nuevo a la fuente, pero al volver tampoco dijo benedicamus, así que los mayores volvieron a mandarle a la fuente. El niño fue llorando porque no entendía nada. Un pastor fue a la fuente y ayudó al chaval. Le dijo que meara en el bidón y al llegar a la chavola gritase benedicamus. De esta forma el mayor le contestó domine y bebió de la bidón. Es una historia bonita pero no creo que sea verdad.

¿Cual ha sido la función de las cabañas?

Ph. E.: Yo creo que nos ayudó a convivir. Un pastor siempre me decía: 'no sabes que siestas más buenas he echado aquí'. Esto quiere decir que los pastores tampoco estaban tan ocupados. La transmisión era la función principal de las chavolas. Necesitaría días para explicar todo ese sistema. De todos modos tenemos que decir que cada uno tenía su modo de trabajar. Si en una chavola había siete pastores, cada uno tenía su función. Aunque siempre había alguien que no hacía nada. Todo este sistema de aprendizaje se perdió después de la guerra.

¿Hoy en día puede sentir o ver algo alguien que vive en esas costumbres?

Ph. E.: Ya no quedan más chavolas, esa sociedad ya desapareció. Ahora solo la gente va allí a cazar o están vacías. Sobre las cabañas viejas y tristes han construido nuevas. Todavía quedan paisajes hermosos que visitar en Iratí, que es la zona que controlo mejor. El más interesante es el de Ithurxarren. No han cambiado nada ahí y los visitantes pueden conocer el lugar tal y como lo utilizábamos. Es un lugar donde hacen quesos. Se puede encontrar material artesanal y tradicional. Los sitios más hermosos de Zuberoa están lejos de la gente. Mi padre siempre decía que si se oye a un gallo no es una chavola auténtica, tiene que estar más alejada. Luego, el guarda forestal Etxepare es mejor que yo para andar por esos paisajes. Sin duda alguna se disfruta mucho andando con él. Y Dominique Etxebarne podría aconsejarnos sobre la selva de Arbaila.

¿Ha cambiado Zuberoa?

Ph. E.: Sí, igual que la montaña la forma de vivir también ha cambiado. Hemos mantenido nuestra identidad, ahí están las pastorales y las mascaradas. Las pastorales son algo muy especial, para ver en verano. Se construyen en un pueblo, durante un año y muere allí mismo, para volver a resucitar en otro pueblo y con otra forma. En Zuberoa hay dos cosas preocupantes: el euskera y que los pueblos se están vaciando. Pero aunque muchos no lo crean sabemos abrir nuestros brazos y hemos sabido aprender mascaradas, bailes y pastorales de otros sitios. El problema es que hoy en día no se si hay suficiente gente para seguir con esto. Por eso creo que tenemos que acercarnos a la gente de Lapurdi, aunque muchos no lo crean así. Al fin y al cabo la distancia que hay entre Maule y Baiona y entre Baiona y Maule es la misma.

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