Fernando Morillo (1974, Azpeitia, Gipuzkoa) es escritor, sobre todo de literatura infantil y juvenil. Acaba de poner en marcha Gaumin, su propia editorial. Hasta el 20 de noviembre de 2011, está realizando una estancia en el caserío Nekatoenea de la zona de Abbadia de Hendaia, con motivo de la iniciativa Hogeita de Eke, organizada en colaboración con el Centro Permanente de Iniciativas Medioambientales de Hendaia y la Asociación de Escritores Vascos. Tiene como objetivo escribir un libro de aventuras, a partir de sus sueños.
Xan Aire: De pequeño, solías mirar las estrellas....
Fernando Morillo: ¡No solo las estrellas! También me quedaba mirando la lavadora. Tenía a mis padres preocupados... Pero, sí: Las estrellas y la noche siempre me han gustado. Qué son esas chispas, de donde a donde van, hasta cuando... me solía preguntar esas cosas. No sé si tiene que ver con la literatura, pero sí con la ciencia. De pequeño siempre pensaba que sería astronauta o un científico que analizaría las estrellas.
Ya sabías que huirías de este mundo...
Sí. ¡En el mundo real siempre me he perdido! Pero no solo de un modo figurativo. En el coche, de repente la mente se me desconecta y ya no sé donde estoy. Parece broma pero no. Si ando libre, no hay mucho problema. Pero, si tengo que ir a algún sitio me crea tensión. En esos momentos estoy mucho más cómodo mirando las estrellas...
¿Eras un niño solitario?
He tenido buena suerte con los amigos, porque he tenido muy buenos amigos desde muy pequeño. No era solitario, pero en muchas ocasiones buscaba la soledad. Si durante horas tenía que estar solo, me queda tranquilamente, inventando alguna historia. Pero con los amigos también estaba a gusto; eso sí: con poca gente. Cuando hay mucha gente, aunque sean amigos íntimos, me empiezo a angustiar. En eso no voy a cambiar.
¿Qué atrapas en esa soledad?
De pequeño el mundo me resultaba tan complejo... No podía entender al ser humano. Siempre se ríen de mí: dicen que soy extraterrestre y que nací en el planeta equivocado. Pero yo tenía esa sensación, y no entendía muchas cosas. Mis amigos distinguían todos los coches, pero yo no podía; ni siquiera lo intentaba. Y lo mismo pasaba con el fútbol.
Mientras, yo me fijaba en los árboles y los pájaros. En soledad, me adentraba en mi mundo, pensando en qué son las plantas y de dónde vienen, e inventando historias. ¡Vaya conversaciones que he llegado a tener con los árboles! Me sentaba debajo, y empezaba a hablar con ellos. La soledad me permitía alimentar mi mundo interior. Con mis amigos tenía un mundo, y cuando estaba solo, otro. Necesitaba los dos. La gente todavía se preocupa por mí, y me pregunta que si solo no me aburro. ¡Pero no!. Cuando quiero, tengo gente, y en muchas ocasiones, necesito soledad.
¿Abrías las puertas de tu mundo a tus amigos?
Poco. Ya me conocen y saben cómo soy. Algunas veces pensarían que estaba triste, pero no. No era de los más divertidos, pero me aceptaban. Por eso algunas veces me cuesta admitirle a la gente que me gusta la soledad, porque no me entienden.
¿De pequeño inventabas historias, pero también las escribías?
No. Eso llegómás tarde. Todavía no sabía que iba a ser escritor. Cogía una planta y empezaba a inventar una pequeña historia. O lo mismo al ver a un hombre o a una mujer en la calle... Todo lo convertía en fantástico. Igual me inventaba que era una bruja oculta... Lo de escribir llego bastante después.
¿Cuándo fue eso?
A veces digo que fue culpa de las chicas. Me enamoraba, quería expresar cosas y no podía. Así que empecé a escribir pequeños poemas. Y ahí me di cuenta de lo mucho que me gustaba escribir. Empecé a escribir relatos cortos como hobby; pero, eso sí, los guardaba para mí. Alguien los vio una vez y me recomendó que los mostrara. He seguido con el tema de chiripa. Ganaba un premio pequeño, y ¡¡ay ama!! ¡¿Cómo puede ser?!. Además escribía en euskera de Azpeitia. El mundo de la literatura vino de indirectamente.
¿Y las editoriales?
Necesité años para aceptar que era escritor, después de seis o siete libros. La verdad es que no sé que hubiera hecho si no me hubiera dedicado a esto. ¿Entrar a trabajar a una fábrica? Pero, cuando la mente se me desconecta puedo ser como una bomba atómica. De todas formas, antes de morirme de hambre, haría cualquier cosa. Escribir me da mucha libertad. Puedo escribir sobre ciencia, sobre historia, aventura, fantasía, la biografía de Abbadia... Un espectro tan amplio me hace pensar que puedo hacer cualquier cosa.
También has estudiado física y filosofía... ¿En qué te han sido útiles como escritor?
Estudiar física es algo que he querido desde pequeño. Pero no terminé la carrera. Tenía mi propia imagen de lo que es ser científico: con un telescopio y mirando las estrellas. Pero, me di cuenta de que en el mundo real estaría en un despacho, haciendo pequeños cálculos. Entonces me entró la duda y estudié filosofía, en busca de respuestas. Al final, me di cuenta de que soy feliz escribiendo. La física y la filosofía me proporcionan herramientas para interiorizar cosas, y la antropología también da muchas opciones para conocer culturas diferentes. ¡Somos todos reses humanos, pero tan distintos...!
Te sientes muy a gusto, por tanto en el terreno de Antton de Abbadia...
Conocí este sitio como turista. La playa, el castillo... Y ahora he tenido una oportunidad excepcional, sobre todo porque he podido visitar el castillo de una forma especial: he conocido rincones que no puede ver el público. Es un sitio maravilloso, peculiar, lleno de historia. Como escritor me gusta ir a un sitio y escuchar qué me cuenta la música autóctona. Aquí es impresionante. La presencia de la naturaleza es extraordinaria. Hay animales curiosos: ardillas, ratones gigantes, pájaros muy interesantes... Y, de repente, un bunker de la época nazi. Intento escuchar. Y Abbadia... ¿Cuántas cosas pudo tocar este hombre? Eso si: también miraba las estrellas. Y buscaba cada vez más lejos. Y terminó mirando a las estrellas. Lo siento muy cerca, me siento muy identificado. Era como Leonardo Da Vinci: empezó muchas cosas, pero terminó pocas. Como soñador, siento muy de cerca el espíritu de Antton de Abbadia. Este sitio tiene magia.
¿Es demasiado pronto para preguntarte qué estas escribiendo aquí?
Cuando se seleccionó el proyecto para la estancia en Nekatoene, estaba dirigido a los jóvenes. Ambientado en la novela, con la magia y la aventura que inspira este sitio. Pero después, tras conocer mejor a Antton de Abbadia, he pensado que ese personaje se merece una novela. Tras documentarme mucho sé que, aunque me duela, no podré contarlo todo. Así que estoy haciendo experimentos. Una chica joven a la que le gustan las estrellas, que se siente un poco triste. Entonces vendrá aquí con unos amigos, y perderán a uno de ellos. También estoy adelantando algunas pequeñas historias, para ver cuál coge fuerza al final.
¿Y eso cuándo lo sabrás? ¿Te lo dirá el tiempo?
Sí. Me imagino que somos como los pintores. Empiezas la obra, y de repente, sabes que es esta y no esa otra. Parece ser que esa chica joven está viva...
Dejas la pluma a merced de la creatividad...
Eso es. Sé que la estructura inicial va a acabar estallando. En ese momento hay que dejar paso a la creatividad.
Al escribir, al crear... ¿hasta qué punto le dejas hueco al lector?
Más que antes. Al principio escribía para mí. En los últimos años he estado en muchas escuelas y me ha dado cuenta de que cosas que yo creía que estaban claras no lo estaban tanto. Desde entonces, intento escribir cada vez más claro. Quiero contar mis historias, pero las tiene que leer otra persona. Cada uno hará su lectura, desde sus experiencias, y eso es todo. Pero tengo muy claro que tengo que comunicar. Tiene que llegar al resto.
¿Pensar tanto en el público no será pecado? ¿No delimita la creatividad?
Creo que es parte de la responsabilidad. Interpretar a Nietzsche es muy difícil, aunque sus palabras no son demasiado complicadas. Lo coges y lo entiendes. Luego, a saber que interpretarás. Pero hay otros que, si no analizas antes su lenguaje, no entiendes su obra. Eso lo odio. No voy a escribir lo que el resto quiera que escriba, y voy a contar lo que yo quiero contar. Quiero que el lector se sumerja, y que ni se dé cuenta de que está leyendo. He conocido muchos lectores euskaldunes que, cuando quieren leer un libro, tiran al castellano. Eso me da rabia. En euskera también, como en le resto de idiomas, hay que ofrecer la oportunidad de disfrutar.
¿Por qué escribes sobre todo literatura infantil y juvenil?
Es verdad que el 80% de mi obra es en ese ámbito. Todos tenemos un punto infantil, y el mío es muy grande. Gracias a la inocencia, los temas son más fantásticos y casi todo es posible. Aunque, en la época adolescente es cuando nos encontramos con los mayores problemas, y, además, de repente. Riñas entre amigos, temas del corazón, trabajo... Muchos jóvenes sufren tremendamente, sin saber cómo hacer frente a ese sufrimiento. Ese es un mundo tremendamente rico para los escritores. Muchos temas, lícitos y creíbles. ¡Todo un tesoro!
¿Le das importancia a la transmisión de valores?
Lo intento, pero, normalmente, lo que los jóvenes más odian es el moralismo retórico. Eso sí: quiero que aprendan algo. Que aprendan disfrutando. Quieres dejar algo.
¿La estancia en Nekatoenea te ha permitido adentrarte en Ipar Euskal Herria?
Afortunadamente, lo conocía de antes. Hace unos años anduve de escuela en escuela, y ahí me di cuenta de lo que me estaba perdiendo. También he vivido aquí. ¡Yo creo que me habéis conquistado!.
Y ahora, vas a conquistar Iparralde...
¡Soy un conquistador muy malo! Voy a intentar escuchar los temas de aquí.
Pero, ¿hasta cuándo vas a mantener esa inocencia en tu interior?
Conozco gente de 70 años, creadores, que todavía tienen esa inocencia en su interior. Somos creadores porque hemos sido niños. Cuando la gente joven se da cuenta de hasta qué punto son creadores, les da miedo. La crítica sirve para corregir, pero, para crear, hay que ser niño. Espero guardar esa inocencia el máximo tiempo posible.
Qué triste vivirías si no fueses escritor...
¡Sí! Pero no es una forma de escape. Para muchos lectores la literatura es una forma de escapar de este mundo. A mi escribir me sirve para entender este mundo. Si no entiendo algo, lo escribo. Este mundo está lleno de luchas y contaminación, en todos los sentidos. Así que organizando las cosas del mundo real en mis pequeños mundos, llego a entenderlas. Pase lo que pase, seguiré escribiendo. Moriré entre libros de papel, aunque estos despareciesen algún día.